"En algún lugar, bajo la lluvia, siempre habrá un perro abandonado que me impedirá ser feliz". Jean Anouilh
La galga favorita del príncipe Alberto, "EOS", pintada por Sir Edwin Landseer. Acompañó al príncipe desde sus catorce años y viajó con él a Inglaterra. Cuando Eos murió, con diez años de edad, fue enterrada en el cementerio familiar de palacio. Landseer se encargó de realizar un monumento a Eos para su tumba.
Eso, es amar a tu perro.
Eso, es amar a tu perro.
"SIEMPRE QUE VEO A UN CAZADOR SEGUIDO DE SU PERRO, LA ESCOPETA AL BRAZO, NO ME OLVIDO NUNCA DE DESEARLE BUENA CAZA. DICEN QUE ESA FRASE ES DE MAL AGÜERO". Julio Verne
jueves, 17 de febrero de 2011
Galgos
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MARY CEJUDO
Hoy han vuelto a pasar a la misma hora. Un perro de color blanco, limpio, al que lleva una mujer que le habla suavemente, sin gritos ni amenazas. Les veo a través de las rejas del portón y cuando llueve, lo coge en brazos para resguardarlo de la humedad y yo me pregunto cómo será el recibir cariño de un humano. Seguramente que como el calor del sol en invierno, tan tibio y soñoliento. Ella nunca sabrá lo que yo siento al verlas tan tranquilas, las dos juntas. A los animales encerrados solo nos libra de la locura la presencia de esos desconocidos que transitan por los caminos cercanos a nuestras cárceles.
No tengo nombre, soy un galgo de 9 años, los mismos que llevo encadenado a esta caseta de piedra con techo de cinc que el sol ha ido cuarteando y agujereando de forma caprichosa. No me quejo, quizás porque ya me he ido acostumbrando.
Me trajeron aquí cuando tenía solamente unos meses, yo era inquieto y tenía toda la curiosidad por ir conociendo los descubrimientos que el mundo me ofrecería. Al principio encontré natural que no se me hiciera caso, hasta que ya estuve preparado para acompañar en la caza, que era la labor que se me suponía encomendada. La primera vez, todo me resultó extraño. Yo y otros galgos fuimos apretujados en una especie de incómoda jaula con ruedas sujeta a la parte trasera de un vehículo. Ladrábamos mucho y algunos se peleaban y, en la oscuridad se oían aquellos gemidos que se han repetido cada jornada de batida. Es únicamente entonces cuando puedo correr libre, para atrapar liebres a las que suelo pedir perdón: "compañera", les digo, "eres tú o yo".
De resto, estoy aquí, atado con una cadena que me permite solo entrar y salir de la caseta y acercarme al cuenco de donde bebo. Cada dos tardes, viene mi amo y con una manguera limpia el suelo y si no parece con prisas me suelta unos minutos mientras se seca el cemento que cubre el suelo. Pero no siempre. Otras veces parece malhumorado por lo que yo he ensuciado y hasta olvida cambiarme el agua de beber. Yo me preocupo mucho por si también olvida darme de comer porque, aún comiéndome hasta el pan mojado, muchas veces siento un fuerte dolor que me hace moverme una y otra vez, tratando de liberarme de la atadura, intentando, inútilmente, subir al techo de la caseta para, desde allí, saltar el muro y mendigar algo para mi estómago. Pero un perro no puede liberarse de una cadena por mucho que lo intente y aunque su cuello quede desollado y sienta la sangre brotar del cuerpo.
Ahora ha pasado el tiempo y siento que ha llegado, para mí el mismo destino que tuvieron otros: "es hora de cambiar de perro, éste ya está viejo". No parece darse cuenta de que yo daría mi vida por defenderlo y que, a cambio, solamente le pediría un lugar a sus pies en las noches de invierno, una mano acariciando mi lomo y dos palabras: "buen perro".
Ojalá que, en ese "cambio" que planea, no le importe gastar un cartucho en lugar de dejarme colgado de un árbol para que me vaya ahorcando o abandonarme en una autopista, donde algún coche parta mis patas y lo último que contemple mientras agonizo sean los destellos de las luces que pasan a mi alrededor. Ojalá que él se porte conmigo como lo haría un perro.
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